La lividez del poder o las manchas de la decadencia

8 jul 2024

En la concepción gráfica de Maquiavelo, el poder se nos presenta como un centauro, es decir, como una criatura con cabeza, brazos y torso de humano, cuerpo y patas de caballo; si el centauro muriese, su sistema circulatorio dejaría de funcionar, acumulándose el tejido sanguíneo, por efecto de la gravedad, en las zonas declives de su cuerpo; este fenómeno daría lugar a la lividez cadavérica (livor mortis), a manchas susceptibles de ser disimuladas mediante el maquillaje; lo que jamás se podría disimular es la descomposición del centauro, o sea, la decadencia del poder.

La historia de la humanidad nos educa sobre las tensiones estructurales y los conflictos que preceden al desplome de los regímenes políticos, nos habla del fi n del poder y de la estafa que ha significado la pretensión de divinizarlo. Roma, tras la república, se nos ofrece como ejemplo de inagotables lecciones, pero el ensueño mecido en los desvaríos de la arrogancia se niega a todo catecismo.

Roma, bajo el imperio, llegó a convertirse en dueña y señora de los mares, su expansión territorial tocó fronteras impensadas, un dominio de 2 millones 750 mil kilómetros cuadrados nos habla de un poder inconmensurable, de hecho, las posibilidades de conquistar nuevos territorios parecían agotadas, la humanidad presenciaba una obra política a la que el pensamiento ptolomeico asignaba verdaderos visos de eternidad.

Sin embargo, el lastre de una balanza comercial deficitaria, el aumento de una burocracia incosteable, la recaudación abusiva de impuestos, la evasión fiscal, el éxodo masivo de la población rural hacia las ciudades que diera lugar a una significativa reducción de fuerza de trabajo para labrar la tierra, la depreciación de la moneda y un alza indetenible en el coste de la vida, la concentración de la propiedad en pocas manos, el pillaje de las tierras del fisco, la entrega de las funciones más elevadas a servidores sin méritos, el fomento de una oligarquía gubernamental, una justicia burocratizada, onerosa y lenta, el eclipse de la cultura, entre otras causales, desencadenarán entre los romanos una crisis económica, fiscal y política de naturaleza insoluble.

 

Tras la muerte de Teodosio (año 395, s.

IV), la unidad político territorial del imperio se divide. Sus hijos se repartirán la heredad. Roma será la capital del imperio de occidente en la que ofi ciará Honorio; Constantinopla lo será del imperio de oriente bajo el mando de Arcadio.

Este es el momento en que se profundiza y generaliza el caos, la anarquía militar por insatisfacciones económicas deja desguarnecidas las fronteras, se asiste a la pérdida del monopolio de la violencia organizada, facilitando la irrupción de las tribus bárbaras a las que el hambre y la corrupción allanaron el camino de las alianzas contra todo lo que aún quedaba de pie, básicamente, en occidente.

Ese fenómeno, conocido como la barbarización del imperio, procura ser explicado a partir de un cambio de destino de las tribus bárbaras, obstaculizadas en su ruta hacia el oriente por la muralla china, circunstancia que les hace mirar una vez más hacia occidente; pero, aún cuando el imperio hubiere estado protegido por un valladar superior a la muralla china, igual Roma hubiese caído, pues la lividez de su poder revelaba que carecía de una frontera moral.

Para Bertrand Russell, el poder conjuntamente con la gloria resulta ser la aspiración más alta y la mayor recompensa de la humanidad; pero como podemos ver, alcanzarlos no es suficiente. Factores como el deterioro de la autenticidad y el carácter ilusorio de los compromisos nos dice que ambos se pierden.

A pesar de los siglos, problemas como el hambre, el desempleo, la corrupción, en fi n, la anomia institucional rebajada hasta convertir en papel mojado los textos constitucionales, siguen siendo estudiados como causas de tensiones del poder. Una noticia escalofriante habla de mil millones de seres humanos asolados por el hambre, mientras el cambio climático provocado por la actividad industrial apoyada en los combustibles fósiles amenaza con un cataclismo la temperatura y la química planetaria poniendo en peligro toda especie.

Estos disturbios generan desde ya procesos disolventes del poder, agravados por la pérdida de eficacia en el manejo de la violencia, ruina del monopolio de la fuerza legítima, degradación del control social, la destrucción de riquezas como esencia de crisis, la explosión demográfica, el panorama deprimente escapado a las estadísticas vitales, las deslealtades de la oposición, la crisis del sistema de partidos y la pérdida de legitimidad de los sistemas electorales.

Giner sentencia que la legitimidad se gana día a día, y no sólo en las urnas.

Mientras tanto, tales cuestiones anuncian la muerte del centauro.